Abril de 2014, después de manejar desde Santiago toda una noche llegué a Valdivia, ciudad que continúa siendo mi hogar de acogida después de tres intensos años. ¿Habrá danza en Valdivia? ¿Podré tomar clases? ¿Tendré que olvidarme de bailar por un tiempo? Son preguntas que en ese momento no tenían respuesta, pero ahora y en primera persona, puedo decir que la danza en Valdivia está muy viva y continúa creciendo.

Llegué a esta hermosa y lluviosa ciudad por un trabajo que realicé por dos años, el Programa Acciona del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, donde guiaba talleres de danza, expresión y creatividad en escuelas Municipales de Lanco, San José de la Mariquina y Valdivia.  Esta experiencia me permitió conocer la realidad de algunos establecimientos educativos y me ayudó a entender lo importante que es para los niños y niñas tener instancias de expresión.

Ese mismo año, 2014, comencé a trabajar en el Espacio de Danza Punto8, dirigido por Anabella Vidal, un lugar que ha potenciado la danza moderna y contemporánea por más de 10 años, y que me ha permitido desarrollarme como profesora de danza contemporánea con un grupo muy experimentado. Nunca antes había realizado clases de danza para un grupo con un nivel alto, ya que mis estudios de danza los terminé en junio de 2013, y en julio de ese mismo año ya estaba viviendo en Santiago de Chile, por lo que fue un reto tener que desplegar todos mis conocimientos y aprender a desglosarlos para poco a poco ir ofreciéndoselos a ese grupo, que aún hoy en día confía en mí y en mi trabajo. Con ellas hemos creado tres pequeñas piezas coreográficas que han sido presentadas en distintos años en el Festival de Danza Contemporánea “Junto al Rio” que se celebra en agosto, pudiendo ser parte activa del desarrollo de la disciplina en la ciudad.

Valdivia, además, me ha permitido desarrollarme como intérprete. A un par de semanas de mi llegada fui invitada a ser parte de la obra “Ritual, Paisaje, Incógnito”, dirigida por Ricardo Uribe e Ignacio Díaz para el Ballet Municipal de Cámara de Valdivia. Una obra explosiva que se bailó en el Museo de Arte Contemporáneo de la misma ciudad, y desde el primer ensayo hasta ahora la compañía ha pasado a ser parte de mi familia chilena, que me permite desarrollar y desplegar mi danza acompañada por ellos. Desde entonces, la compañía ha estrenado otras dos obras de gran formato donde he sido parte del elenco. Por un lado, “En lugar de nada”, dirigida y coreografiada por Joel Inzunza Leal, y por otro, “Sinapsis, y el pensamiento físico” de Ricardo Uribe.

Parece obvio que una bailarina baile, pero a veces solo fue un sueño, esfuerzo y constancia que me regalaba a mí misma, el placer de bailar por bailar, sin proyecciones artísticas, y mucho menos laborales. Pero sucedió que Chile me esperaba, me gusta pensarlo así, que la vida me tenía esto guardado, cuando menos lo pensaba, cuando solo pretendía encontrar trabajo como profesora de educación física, apareció mi danza como despliegue de todas mis aspiraciones, y hoy en día mi danza no solo es un espacio de libertad y conexión, sino que se ha convertido en mi campo laboral y profesional.

En estos años intensos y emocionantes, he tenido que tomar múltiples decisiones, pero hay una en específico relacionada con la danza que ha otorgado sentido a mi profesión y me ha hecho crecer como persona. En octubre de 2014, urgida por mi situación económica y laboral, y observando las posibles necesidades de la ciudad, decido abrir un grupo de iniciación a la danza contemporánea para adultos. Mi cuota de felicidad iba a estar repleta si ese día aparecían cuatro personas a tomar la clase, y mi sorpresa es que ese primer día aparecieron 12 personas, de edades muy diferentes, pero con el mismo interés; experimentar esa curiosidad llamada danza.

La disposición, la sorpresa, el remolino de emociones que se vivió desde el primer día me inyectó como profesional del área una energía de sentido inexplicable, que me hacía volver a casa con una sonrisa después de cada sesión. Actualmente, dos años después, el grupo continúa investigando y explorando, los participantes han ido cambiando, pero la esencia de compañerismo, respeto y confianza se mantiene como eslabón fundamental del encuentro. Como bailarina, como docente, pero sobre todo como persona, este grupo me ha enseñado o me ha recordado que todos y todas tenemos mucho que ofrecer al mundo.

Nos encontramos dos veces por semana, cuando todos han acabado sus responsabilidades laborales como abogados, trabajadores sociales o profesores, entre otros. A su llegada sus rostros reflejan el cansancio del cotidiano y la rutina, pero a medida que va desarrollándose la sesión las sonrisas empiezan a aparecer, la transpiración colectiva empieza a ser un símbolo de satisfacción y el cansancio por danzar un premio personal. En sus inicios, prácticamente todos vivieron la incomodidad y el pudor por el contacto con los compañeros, pero la práctica y la experimentación de descubrirse y descubrir al otro a través del placer de tocarse, deslizarse, apoyarse y danzar con  el otro, ha abierto múltiples posibilidades de encuentro y en el presente es parte indispensable de las sesiones.

Como profesional y como persona que vive en el danzar, todavía estoy intentando entender que significa para una persona que no danza, encontrar un espacio para expresarse y desplegarse sin ser juzgado ni calificado. Pero de manera muy resumida, mi experiencia me confirma que las personas se conocen mejor cuando se enfrentan al reto de comunicarse sin palabras y eso al principio les conlleva pequeñas crisis o desestabilizaciones al enfrentarse a lo desconocido, además de que empiezan a cuestionarse situaciones personales que antes estaban normalizadas. La danza abre la posibilidad de mirar y percibir el mundo y todo lo que está dentro de él desde otro lugar, y en consecuencia las formas de relación empiezan a modificarse y, en este caso, las sesiones de danza se convierten en un lugar para simplemente ser y dejar ser. Cuando llegué a esa reflexión me di cuenta de que todo mi camino tenía sentido, y espero seguir caminando por este sendero, entregando a las personas la posibilidad y el espacio para sentirse bien y seguir danzando juntos.

Creo que nunca es tarde para descubrir el fascinante mundo de la danza, muchas experiencias alrededor del mundo lo avalan, y personalmente este grupo me lo ha confirmado, pero estoy segura de que la escuela podría hacer una gran labor si tuviera la danza como un eje fundamental, ya que, si estuviera presente a lo largo de nuestro desarrollo vital, los adultos del presente serían personas con un mayor conocimiento de sí mismos, y en consecuencia serían seres más sensibles y empáticos con el resto del universo, y me atrevo a decir que personas con esas características serían capaces de construir un mundo más coherente que el actual. Quizá es una utopía, pero Chile me ha dado la oportunidad de creer y darme cuenta del poder que tiene la danza en la transformación de las personas, y continuaré formándome y trabajando para que más personas tengan la posibilidad de experimentar y vivir la danza.

Chile se ha convertido en la tierra de mis oportunidades danzadas, y estaré siempre agradecida a todas las personas que confiaron en mí sin conocerme, que me abrieron sus espacios de ensayo, que me permitieron bailar, guiar clases y seguir aprendiendo. Todavía no conozco la realidad de la danza de todas las regiones del país, pero a mí me está tocando vivir el privilegio de una danza viva, con ganas de surgir más y más, de intervenir más espacios, de llegar a más gente, y esta situación de encuentros constantes es puro aprendizaje, así que solo tengo palabras de agradecimiento a la vida, y aprovecho para agradecer el espacio de las personas que coordinan este libro y que creen interesante mi relato y vivencia en tierras chilenas.