Paulina Rebolledo        

Somos un grupo humano de infinitas posibilidades, infinitos mundos, colores, tonos. Y así, infinitas nomenclaturas. Cada relación, conexión, interconexión, convergencias, encuentros-desencuentros, sutilezas, brutalidades, cinéticas, vidas. Un conjunto indeterminado y variable, siempre numeroso de intérpretes,  performers o accionistas que reaccionamos a ese juego de proximidad y distancia, que finalmente desemboca en esta suerte de apertura o desnudez del cuerpo y su memoria, ante la mirada del espectador.

Ir “ritualmente” cada martes a ensayo, a eso de las 8 de la tarde, se trata de confiar en lo que va sucediendo, aceptarlo y dejarlo andar. Una búsqueda hacia la manivela propia del reloj. Esa rueda que empuja a las demás logrando un gran movimiento, con todas sus piezas perfectamente coordinadas y conectadas, provocando que funcione como una sola joya, un solo cuerpo.

Paulina Rebolledo

Foto: Josefina Pérez Miranda

Son los masajes, cariño, compartir, intercambiar parejas, conocernos todos pues somos un grupo constantemente numeroso…tocarnos, sabernos. Se remite no solo a las prácticas concretas, tácitas o físicas, si no también a las experiencias de vida, mapas de nuestras historias personales transformados en secuencias espaciales y en el noble entramado de humanos relacionados libremente con el otro y con los otros. Situarnos constantemente en contextos en donde la atención, la lucidez y el amor se hacen un ejercicio indeleble. Es una locura muy entretenida, diferente, a veces elocuente y otras no tanto. Pero nos vamos percibiendo y conociendo como aquella gran masa humana, el detalle de cómo soy con Emilio, como soy con Berna, como soy con Darío. Hasta el “como somos” en tal y cual momento in situ. Y así, la conexión va creciendo y desarrollándose en el tiempo, con la constancia ritual de cada día martes.

Pero más allá de tal hecho, hay un fondo de naturaleza que nos mantiene vinculados y que requiere lo propio de cada uno. Un cierto ímpetu de libertad, una manera inconsciente de ir a decir lo que se vive, desde otro lugar, desde ese cuerpo biológico, el contenedor enciclopédico de nuestras vidas, traductor de nuestras experiencias y productor de gestos y signos. Resulta entonces, una dimensión poética en que todos somos espectadores y protagonistas de tal instancia. Y así, se transforma en la oportunidad de ir a descubrir y vivir los vínculos, desprendidos de estructuras y animados a jugar en medio de esa diversidad de cuerpos, sus experiencias y su sensibilidad. Todo aquello, según mi visión, tiene que ver con llegar a habitar profundamente nuestras voluntades individuales y colectivas, forjando a la creación que acontece en ese preciso momento. Cada biografía, cada “mito” protagonizado por este grupo variable de “dioses, semidioses, héroes, monstruos o personajes fantásticos“. Más allá de un producto artístico, una expresión en si misma, como un factor permisivo hacia la propia humanidad.

  silencio …

Y sí…Volví al hogar completamente Ritualizada. Un paraíso humano, pero en serio…Toda nuestra humanidad puesta en una cosa brutalmente hermosa, un derroche frenético y sensual de estos seres humanos…sólo me provocaba el intenso deseo de ir y enloquecer junto a ellos en ese paisaje amoroso e inmensamente sensible. Cerrar los ojos unos segundos y recordarme caminando en la misma sala, con aquella música, con las voces haciendo unión, el calor de los cuerpos, las luces, la lavanda, en aquel tiempo arena en las orillas y con algunos de los compañeros que aún estaban ahí. De esas que uno agradece, pues más que cualquier cosa, es una experiencia exquisita y tremendamente humana, con todo lo horribles y hermosos que somos. Una cosa sublime… Un volver a efervescer.