Despierto,
mientras pienso tanto
en ese placer culpable
que elegí en vez de ir a clases.
Me introduzco a la ducha
y me dejo empapar por el agua
que más tarde volverá a salir en forma brillante.
Camino hacia el encuentro
y veo a los árboles bailar con el viento,
con la lluvia, con el mar.
Abrimos las maletas
que traen telas más luminosas que el oro,
¡todo es tan bendito!
como si fuera una sacristía
que nos lleva hacia el altar.
Se abren las puertas,
el público espera paciente,
y ya estamos listos
para este nacimiento,
listos para dar a luz,
listos para ser luz.