Camila Miranda Alarcón

Hoy, en pleno siglo XXI, el concepto de “inclusividad” finalmente está buscando establecer presencia dentro del arte en nuestro país. Así mismo, en la danza, vemos que ha surgido en los últimos años un mayor reconocimiento en torno a este tema. Con este ensayo, busco rastrear los espacios inclusivos (y la ausencia de éstos) dentro de la danza en Santiago de Chile y entender de qué manera el concepto adquiere o puede adquirir relevancia dentro de la enseñanza de la danza en el contexto chileno.

Pero me pregunto, ¿Qué entendemos cuando hablamos de inclusividad en la danza? ¿Dónde radicaría una mayor inclusividad en la danza? En el campo de la pedagogía surge el término inclusión en los 90’ para sustituir el de “integración”, donde inclusión implica una adaptación del sistema educativo para responder a las necesidades de los estudiantes, en vez de que ellos deban adaptarse al sistema. Si intentamos buscar espacios inclusivos dentro de la danza en nuestro país, nos damos cuenta que son pocos los lugares que proponen alternativas donde la palabra inclusión pueda asumir diversas maneras de aprendizajes. Esto es tanto considerando espacios formales como informales de educación de la danza, que creo deben ser considerados en una perspectiva contemporánea de las prácticas metodológicas de la enseñanza de la danza.

Sin embargo, es importante rescatar iniciativas como las de DanceAbility, proyecto internacional que logra tener un alto impacto en Chile y en el resto de Latinoamérica, realizándose el Primer Encuentro DanceAbility en Chile al año 2009. Esto fue a través y como parte del Encuentro Internacional de Danza, Contacto Improvisación, y continúa hoy en día a través de las clases organizadas por Movimientos Diversos (https://inclusives.wixsite.com/movimientosdiversos) que se realizan en el Colectivo de Arte, La Vitrina. Otra iniciativa importante que sí existe hoy día, es la Expo Incluye del Centro Cultural GAM, que ofrece talleres artísticos inclusivos, entre ellos de danza. Así como también el trabajo realizado por Ana María Bravo desde el año 2005 junto a su estudio de danza y su compañía Enkuentro, que son también espacios que se abren a prácticas inclusivas hoy en día.

Podemos ver que la mayoría de los espacios inclusivos en danza surgen y se desarrollan en su mayoría en Santiago. Aún así, es importante notar que estas iniciativas han impulsado fuertemente el concepto de inclusión que, desde Santiago, comienza a obtener un espacio dentro de la danza hoy en nuestro país. Por otro lado, también cabe decir que estas iniciativas continúan siendo eventos aislados dentro de la disciplina de la danza y no representan una mirada unificadora y transversal en relación al concepto de inclusión dentro de la enseñanza de la danza. Además, podemos observar que la terminología utilizada para hacer referencia a prácticas inclusivas varía según el contexto y/o proyecto: danza integradora, danza para personas con capacidades diferentes, clases para personas con (dis)capacidad, por dar algunos ejemplos.

Ahora, ¿Es relevante el cómo describimos el término para referirnos a prácticas inclusivas? Para ampliar la mirada, quiero dar algunos ejemplos comparativos. Si observamos lo que ocurre en Brasil, Inglaterra o Alemania, por mencionar algunos referentes, veremos que en ellos existe gran importancia en la incorporación de herramientas metodológicas de inclusión en enseñanza de la danza.

En el caso particular de Inglaterra, existe un modelo educativo de la danza que propone la incorporación de prácticas inclusivas, independiente del contexto en que la danza se desarrolle. Con esto se establece un reglamento/código de conducta que propone ciertos principios, lineamientos y responsabilidades de un profesional de la danza en el Reino Unido. Este reglamento -y esto es importante- es aplicable tanto para profesionales de la danza que trabajan en espacios formales (academias, universidades y colegios) como no formales (centros culturales, centros comunitarios y talleres extra-programáticos en colegios). El concepto de inclusión se transforma en una parte fundamental dentro de este modelo, estableciéndose los siguientes criterios:

Me comprometo con los principios de los derechos humanos y la igualdad de oportunidades, y que todos tienen el derecho de ser tratados con dignidad y ser reconocidos por igual como un ser humano independiente.

Me aseguro que nada de lo que hago discrimina, ya sea en aspectos raciales, sexuales, circunstancias domésticas, creencias religiosas, convicción política, diferencias sociales, culturales, de origen u otro estatus.

Trabajo de manera abierta, cooperativa y sensible para crear un ambiente positivo e inclusivo, donde experiencias individuales, habilidades e intereses son aceptados, ayudados y compartidos.

The Dance Register: Code of Professional Conduct

Lo citado anteriormente, demuestra que el concepto de inclusión en el caso del Reino Unido se entiende y se utiliza de una manera mucho más amplia y generalizada de lo que parece asumirse en Chile. Por ejemplo, contempla aspectos propios del individuo y sus derechos como persona, lo que implica una amplitud de conciencia acerca de aspectos socioculturales, de género, capacidades y habilidades tanto físicas como cognitivas. Inclusión es parte, por tanto, de una idea más amplia de entender la danza en Inglaterra como un derecho básico de todas las personas, democratizando sus bases desde la enseñanza. Esto puede verse, por ejemplo, en el Dance Manifesto UK, 2006:

“Queremos que la danza esté en el corazón de nuestras comunidades, accesible para todos tanto como espectador y/o participante…”.

Por tanto, la diferencia parte de una diferencia más amplia entre el caso chileno y el de Inglaterra, que es que el gremio de la danza en el Reino Unido se ha propuesto como objetivo unificar su voz como disciplina artística, otorgando una perspectiva común de la danza a nivel nacional (incluyendo la idea de inclusión).

Si observamos en comparación el panorama chileno, en relación a su aproximación con prácticas inclusivas, sin duda el mismo (pese a los aportes mencionados anteriormente) resulta preocupante. Si analizamos los resultados del último Catastro de la Danza (2012) o el Reporte Estadístico n°1 de la danza (2011), es posible identificar que el concepto de inclusividad no es mencionado ni considerado como una opción profesional o un problema relevante a ser catastrado/consultado. Por otra parte, es posible observar que la falta de inclusividad en nuestro medio está excluyendo no sólo a personas con capacidades diferentes, sino que está afectando también a personas por su condición sexual y nivel socio-económico, y estas consideraciones más amplias de lo que entendemos por inclusividad aún no parecen entrar al debate, entendiendo la danza como un derecho de todas las personas.

En términos de género, por ejemplo, existe una alta y evidente inequidad entre las personas que han optado por estudiar la carrera profesional de danza. Así lo demostró el Catastro de la Danza el 2012, dónde mujeres representaban el 75.4% mientras que los hombres sólo un 24.6% (Catastro de la Danza, 2012). Si bien, han pasado algunos años desde aquel catastro, cuesta creer que el panorama haya cambiado demasiado hoy en día. De hecho, revisando la oferta educativa de la danza hoy en Chile, es fácil notar como la publicidad de la misma sigue estando claramente orientada al público femenino. Esto, por ejemplo, lo demuestra la siguiente imagen obtenida en la web de la carrera de danza en una universidad privada.

http://www.uniacc.cl/carrera/danza-y-coreografia/

En Santiago existe un amplio mercado en danza si comparamos con lo que sucede a nivel regional. En la capital podemos encontrar diferentes espacios para desarrollar la disciplina ya sea a través de estudios formales o informales en danza. Al igual que con el ejemplo anterior, relacionado al ámbito de pregrado, cabe preguntarse entonces, ¿A qué mercado están apuntando las instituciones/escuelas/academias que ofrecen espacios para la danza? La utilización de colores rosados promueve estereotipos que no están ayudando al medio, sino más bien lo perjudican enormemente en términos de inclusión. Lamentablemente, con estos estereotipos hemos situado a la danza dentro de un modelo sexista, utilizando una aproximación a la enseñanza de la danza que reduce la misma a un nivel estético carente de una real experiencia artístico-creativa inclusiva (en el sentido más amplio de la palabra), y que por tanto hereda y prolonga los debates de género visibles en Santiago. Tal es el caso, por ejemplo, de esta otra propaganda que, aunque señala “danza para todos” nuevamente apunta a un perfil específico excluyente:

http://www.karenconnolly.cl/

Teniendo estas preocupaciones en consideración, es importante que como profesores de danza empecemos a tomar en cuenta estas prácticas profundamente arraigadas, y asumir el cómo podemos ayudar a romper con estos estereotipos tan marcados, que hoy día predominan en la imagen colectiva de nuestra sociedad sobre la danza. ¿De qué manera nosotros, como agentes de la danza, incentivamos la participación realmente inclusiva en nuestra práctica diaria? Si somos conscientes de que existe una mayor tendencia de mujeres/niñas en espacios de la danza, por ejemplo: ¿De qué manera integramos prácticas inclusivas de enseñanza que eviten la exclusión de personas por su género-sexo-edad?¿Queremos que la danza hoy en día forme parte de un modelo que segrega a las personas por su condición sexual, socio-cultural, económica, por su identidad de género, edad o condición física?

Me niego a creer que persigamos ese objetivo como profesionales de la danza, por lo mismo debemos cuestionar nuestra propia práctica y buscar métodos inclusivos de enseñanza que permitan ampliar el pensamiento y reflexiones en torno a las implicancias de la inclusividad en la danza en términos mucho más amplios. Por ejemplo, y asumiendo las maneras de cambiar estas prácticas, existen importantes teorías de aprendizaje contemporáneas que promueven la diferenciación y el reconocimiento del individuo y sus necesidades dentro de un grupo, y como esta diferenciación contribuye y realza procesos colectivos de aprendizajes al mismo tiempo. Debemos integrar mecanismos que permitan una apertura y enriquecimiento de nuestra disciplina, y creo firmemente que una manera de hacerlo es a través de la enseñanza de la danza, utilizando herramientas metodológicas que permitan un aprendizaje inclusivo y un desarrollo íntegro de cada participante.

Creo que los profesionales de la danza actualmente poseemos valiosas herramientas que podrían ser aplicadas de forma consistente para generar espacios más inclusivos en la danza. Lamentablemente, quizás existe una barrera mental que no nos permite avanzar y fortalecer nuestra práctica como profesionales: muchas veces nos limitamos a pensar que danza inclusiva se refiere únicamente trabajar con personas de capacidades diferentes, como pueden ser personas sordomudas, ciegas, con Síndrome de Down, parapléjicas, entre otros. Sin embargo, y aunque esto pudiera parecer positivo en primer término, si nos enfocamos sólo en las capacidades o habilidades de las personas estamos reduciendo las posibilidades creativas de la propia danza y de todos sus involucrados, incluyendo a quienes queremos ayudar. Para mí, la inclusividad en la danza va más allá de las capacidades físicas de las personas: la danza inclusiva constituye un acto democrático, humanitario, sensible, un acto de paz, un acto de aceptarse a sí mismo y a los demás, sin prejuicios, sin discriminación. Inclusividad en la danza realza su valor social dentro de una comunidad. Inclusividad en la danza para mí consiste en identificar y reconocer a las personas que me rodean en un espacio y tiempo determinado para poder establecer vínculos de relación transparentes y honestos, que promueven el respeto mutuo.

La danza chilena, y la educación de la danza en Chile en específico, debe cuestionarse a sí misma y con esto renovarse. Reconozcamos el valor de prácticas inclusivas, entendamos que es una manera de ampliar los límites de nuestra propia práctica. Su integración es un cambio de paradigma para nuestra disciplina, que quizás realmente permita aumentar la democratización de la danza en nuestra sociedad chilena.